lunes, 21 de junio de 2010

ORO POR BARATIJAS

ORO POR BARATIJAS

Ni siquiera es cierto… no al menos en el sentido que ha pretendido dársele históricamente a esa frase… sí, total, los indios eran estúpidos.!!!

Sucede que para ellos el oro no tenía el mismo valor que para los españoles… de todos modos la frase es sólo introductoria de una realidad bien diferente, la que me ha movido a escribir… en cuanto a los originarios de América, a quien le interese el tema le recomiendo leer a Eduardo Galeano, Adolfo Colombres o Felipe Pigna. (1)

Es complejo, porque en sí las causas son muchas… pero lo cierto es que las mujeres siempre hemos sido un bien de consumo. Lo real es que más allá de producirme un pequeño escozor, tan ligero que nunca valió la pena detenerse a intentar comprenderlo, en mí el mote incluso, por momentos, me pareció simpático: yo sabía quién era y el peso aproximado de lo que tenía dentro del cráneo… sin embargo ahora no se trata de mí, sino de mis hijas… y ahí es donde se complica el asunto.

La historia es larga: desde aquel primer “vivo” al que se le ocurrió que le daba el cuero para repartir su amor a más de una troglodita, pasando por los caballeros de lustrosa armadura que venían desde tierras lejanas a rescatarnos aún en contra de nuestras voluntades, a los lacónicos marineros que tenían amores e hijos en cada puerto, las mujeres hemos venido a ser siempre ALGO importante para los hombres… ALGO que los mantenía calientes por las noches, les daba descendencia y cocinaba las bestias cazadas (o pescadas, según la zona). ALGO que demostraba al mundo su valentía. ALGO que los esperaba y por lo que valía la pena regresar a salvo… más que un papel, la mujer ha desempeñado un trapo en la historia de la humanidad, diría Mafalda.

Hay demasiadas novelas baratas en nuestro pasado, demasiada tinta derramada incitándonos a convertirnos en las heroínas de nuestras propias tragedias.

Pero imagino que aquellas que sufrimos con gusto la sarna de sentir que de esa forma estábamos amando realmente, hoy nos cortaríamos la lengua antes de decirle a nuestras hijas que está bien llorar por amor… que es “sano” pasar días, y meses, e incluso años, aguardando por alguien que nos juró amor eterno, pero que no hizo nada más por nosotras…

Las chicas de hoy no son mejor que las de ayer, ni peor… sólo son chicas expuestas al mismo mensaje devastador que el de sus tatarabuelas.

Es extraño: en general, en la naturaleza, son los machos los que se pavonean emperifollados delante de las hembras, los que pelean aguerridos llegando, en ocasiones, a perder la vida para asegurarse el derecho a procrear. En cambio nosotras nos arruinamos la piel con maquillaje, nos quemamos el pelo con la planchita, hipotecamos nuestra salud con dietas y bronceados, nos arrancamos todos los vellos que los caballeros consideran inadecuados en una dama sin importar las quemaduras, el dolor o las futuras várices que habremos de soportar… ¿y todo para qué? Para nada!!! Porque la más de las veces somos consideradas meros bienes de consumo.

Yo sé que muchos - y muchas- alzarán sus voces y me dirán que ese lugar nos lo hemos ganado solitas… pero eso a mi entender, sería igual a decir que los pobres son pobres porque quieren.

Como en todo tema social, simplificar no sirve sino para caer en groseros errores. Lo cierto es que, desde el vamos, las condiciones nos fueron desfavorables, y ahora ya es una cuestión de costumbres, de muy malas costumbres…

A nivel mundial, repasando las distintas culturas, desde aquellas donde el sometimiento es evidente, hasta esas otras en las que el menosprecio es macabra y deliberadamente más sutil, las mujeres estamos constantemente expuestas a mensajes que con el tiempo generan las condiciones necesarias para que nos comportemos de la manera en que se espera que lo hagamos. Porque somos, más allá de los números, una de las tantas minorías marginadas y manipuladas de este mundo. Basta con echar una mirada a las estadísticas: por cada hombre que está mal, hay una mujer que está peor.

No se trata de que un puñado de féminas ocupe puestos de poder cada vez más importantes e influyentes, el asunto es mucho más complejo que el hecho de haber accedido a mejores condiciones laborales. Seguimos sujetas a los límites del prejuicio y los estereotipos funcionales al poder de turno. Por tanto, es el medio el que facilita y premia las conductas ajustadas a sus paradigmas, y a su vez acota el campo de acción de modo tal que sea muy difícil tomar rumbos diferentes.

¿Qué nos queda?. Como diría Libertad, de Quino, “una pulga no puede picar una locomotora, pero puede llenar de ronchas al maquinista”. Nos queda el boca a boca. De madres a hijas, de amigas a amigas… de mujer a mujer.

Nos queda decirles a nuestras hijas lo mucho que valen. Y que su valor no pasa por la aprobación de los demás, por complacer, por ser niñas buenas y sumisas (aunque las diferentes generaciones probablemente no nos pongamos de acuerdo en lo que esto significa). Porque lo cierto es que, más allá de las apariencias, la intención es siempre la misma: cumplir las pautas culturales para que nos dejen vivir en paz, que es, en definitiva lo que hemos venido haciendo desde que limpiábamos las cavernas con hojas de palma.

Al respecto hay una frase muy inteligente: “estar perfectamente ajustado a una sociedad enferma no es precisamente un signo de salud” (Krishnamurty)

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